La casa que Protege al Soñador
En cuatro años he migrado incontables veces. Quizá mucho más que en los últimos diez años. Mi vida psíquica se ha movido en paralelo a un cuerpo, que ha deambulado y ha sufrido una realidad cambiante y arrasadora. He podido registrar los virajes con dolor, aunque también muchas veces con placer.
La búsqueda del centro psíquico, incitada por una necesidad ineludible (ananké) motoriza la exploración de lo desconocido, incluso de lo prohibido, sometiéndonos a riesgos, a una pérdida adánica. Hay un aspecto de esta necesidad que se apropia de la voluntad cuando nos es revelada como una epifanía. Pero esencialmente es una pulsión inconsciente que nos va llevando a escenarios inesperados, y a la vez buscados.
El cuerpo, la morada y la geografía son lumen de esta misma necesidad de equilibrio psíquico oscilante. Centro y movimiento (Hestia y Hermes) parecen estar ligados indefectiblemente a nuestra vida.
El impulso a la exploración, a riesgo de resquebrajar paradigmas, y a su vez hallar ese centro, no están reñidas. Ambas guían el proceso de individuación. Ambas responden a auténticas necesidades del dinamismo del psiquear: hacer alma. Parafraseo a López Pedraza: no nos conocemos; no nos reconocemos; somos anónimos para nosotros mismos. Es por ello que nuestro “psiqueo” tendrá un continuo desplazamiento, a menos que se estanque. Lo paradójico estará asociado a la experiencia, y será incomprensible, hasta que logremos desmenuzar su sentido, y así sucesivamente, como la imagen infinita frente a los espejos borgeanos en los que todos podemos mirarnos.
El Centro representado arquetípicamente por la diosa Hestia, pasa también por una dimensión carnal. El cuerpo es la primera casa de la psique. El soma nos da cuenta de la angustia, del miedo, de la alegría, de la soledad inevitable. Y busca refugio y consuelo en el placer, en las imágenes internas, para seguir conectándonos con el Eros. Sin esta parada obligada de íntimo recogimiento, de conexión subjetiva, no podríamos continuar el camino del ser.
La morada simboliza el centro vestal. La casa, el cuarto, el piso, que elegimos como hogar es como un cuerpo. Es el que abraza al propio cuerpo, amasijo de sistemas sensitivos que lo hacen vibrante o aterido. No importa el aspecto que tenga ese espacio, sino el hálito que nos entregue. La extrañeza física de una nueva casa, sus olores, sus bemoles, se van rindiendo a nuestra mirada hasta penetrarnos con su familiaridad. Poco a poco la hacemos propia cuando le otorgamos un pedazo de nuestra alma.
La geografía, creo que es lo más difícil de asimilar como propia. La amplitud de un paisaje extraño nos invade con una sensación de inabarcabilidad. Puede que sea hermoso (lo cual complica la nostalgia), pero nuestra psique necesitará un tiempo para ser seducida por su belleza. Los ojos que observan la otredad serán susceptibles a la introyección, a una resonancia interior, aunque también impresionables irremediablemente ante lo ajeno.
Hestia está presente en los comienzos, y en el desarrollo de un sentido de pertenencia al lugar donde seguirá transcurriendo nuestras vidas. En conexión con su influjo encontraremos el espacio delimitado que nos dará orden y cobijo: un lugar sagrado para conectarnos con lo más íntimo y profundo de nuestra vida psíquica. Para hallar ese espacio requerimos principalmente de paciencia. Además necesitamos de la creatividad; romper con referencias, estereotipos y convenciones; así como también devaluar el tiempo cronológico que nos impone la cultura, su instantaneidad, o licuidad. No es una tarea fácil.
En este último año he ido urdiendo mi propio centro. Pequeñas raíces promisorias he logrado echar en esta tierra salmantina, donde habitan fantasmas de un pasado distinto al mío. El fuego puesto en la ciudad, en mi casa y en mi psique me ha hecho sentir la calidez de lo familiar. He ido horadando la neblina de mis ojos adoloridos para buscar claridad y consuelo en mi soledad, donde solo ha sido posible armonizar mis penas, mis logros, y los giros de un devenir que no se detendrá.
“La casa resguarda las ilusiones, la casa protege al soñador, la casa le permite a uno soñar en paz…” Gaston Bachelard.