Historia de la Migración

EL PASADO

¡Cuánta diatriba por el pasado! No hay nada más delicioso que recordar lo que has vivido, a las personas que has querido, que quieres, y todo lo que ha sido. Repasar lentamente los escenarios que hemos bebido con ansias, resguardando siempre el anhelo por una vida amable. El placer melancólico del recuerdo no es posible desecharlo con un acto de voluntad.
En una oficina de empleo:
– Olvidad lo que hiciste en tu país, aquí tenéis que hacer otra cosa.
– Si me olvido de lo que he aprendido no sabría cómo hacer otra cosa…
– Vale, pero es que aquí tenéis que empezar de cero.
– No creo que me convenga, quizá pueda hacer algo distinto con lo que he aprendido…
– Sí, eso está claro. Lo que te digo es que mejor que te olvides del pasado.

Migrar es un cambio radical de circunstancias, que hace que la vida se mueva a otro lugar de la psique. Al migrar he salido de estados repetidos de funcionamiento, que han traído, o no, éxitos profesionales o personales. Hay vivencias que me confrontan con mi oscuridad, y muchas veces con lo valioso, que no podía ver en mí. No quiero “salir de la zona de confort”, en realidad esto no me dice nada. Solo quiero poder entrar en mi interior, en lo más desconocido para mí y buscar, y hallar lo que necesito. Quiero atreverme a correr sin rumbo por campos de trigo interminables, buscando otros puntos de referencia. Entonces, estoy segura que en ese momento será cuando el pasado, la experiencia vivida, empezará a darme un guiño. Será la primera bandera blanca que pueda enterrar en esta tierra nueva. El re-conocimiento de mí, de otros será fundamental. La reunión de piezas perdidas. Una visión más amplia.
El tiempo pasado en mi mente se ha disuelto solo en TIEMPO. Es un referente más, un suelo abonado a punto de emerger, es un ancestro que se revela con esplendor. Y a veces me produce miedo, dudas, muchas dudas…
Cuando salgo por las calles de Salamanca puedo ver caras conocidas, tan parecidas a otras. He visto la faz de mis primas, a muchas amigas entrañables, también a mis tocayas. He visto a otras tan queridas, hijas de españoles inmigrantes, que también llegaron a eso otro continente solo con su pasado, con la experiencia vivida. Otro día vi una cohorte de ejecutivos caraqueños, bien parecidos. Salían a almorzar por los restaurantes de La Candelaria, San Bernardino y la Avenida Andrés Bello, para después regresar pronto a las oficinas de los grandes edificios de Caracas. También he visto a actrices y actores de televisión de Venezuela por estas calles de Salamanca.
Todo esto no me ha entristecido. Por el contrario, ha sido reconfortante observar que compartimos algo más que un idioma, algo que en estos rostros produce una sensación de familiaridad. Y eso tan familiar le ha dado forma a mi melancolía y piso de tierra a la incertidumbre.
Cuando en las tardes me dirijo a mi trabajo por la calle Van Dyck, siento que entro en una especie de túnel del tiempo. Apenas giro por la ruta del pintor, visualizo en su lienzo el retrato que esboza de mi casa en la isla de Margarita. Está despertando en el amanecer asuntino: el árbol de manga firme, en el jardín de la casa. Mi perro, Pirulín, recostado en la silla de mimbre, soñando con mi regreso. La brisa fresca del mar entrando por los respiraderos de sus paredes. Una noble mujer que se ha quedado para cuidar la casa, duerme en una de las habitaciones, y está a punto de asomarse por la ventana para verificar si llueve, y poder salir a dar la caminata matutina. Los demás cuartos vacíos, guardando una historia en las fotografías, en cada objeto atesorado…
En esos instantes del recuerdo encuentro una oportunidad para asimilar el frío salmantino. Y así comienza otro día aquí o allá, entre el pasado y el presente…
__No puedo olvidar, no quiero …

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