Distorsión de la imagen corporal
El cerebro es más grande que el cielo
pon el uno junto al otro, y aquél
contendrá fácilmente a éste,
y a ti también.
El cerebro es más profundo que el mar…
Emily Dickinson
“Brasil financiará operaciones de cirugía estética a menores para combatir el acoso escolar. El programa se ha puesto en marcha en el estado de Mato Groso del Sur e incluye hasta operaciones de pecho.”(Noticias, Antena Tres, Mayo 2023)
Con esta noticia se pone a la luz el culmen de un tortuoso pensamiento generalizado y de un pobre sentido común, para abordar el sufrimiento humano: Que el rango de valoraciones de necesidades sociales de un Estado sean las insatisfacciones físicas, y que estas sean identificadas a través de la mirada de quienes acosan a otros por supuestos defectos corporales (que generalmente no lo son); o que se reconozcan como causas objetivas, a través de la propia devaluación psicológica (distorsionada) de la víctima; y que por el contrario, no se ponga el foco en la educación y en la salud física y mental de los ciudadanos (víctimas y victimarios), creo que es la mayor distorsión de todas.
El Medscape Phychiatry (Eating Disorders in Kids a Global Public Health Emergency – Medscape – May 19, 2023) reporta que los desórdenes alimenticios en niños y adolescentes se han incrementado exponencialmente alrededor del mundo. Cuando por fin se logra hacer el diagnóstico de estos trastornos (muy bien enmascarados), siendo la distorsión de la imagen corporal el sustrato psicológico de base, las secuelas emocionales también son devastadoras: depresión, sensación de vacío, pérdida del sentido de pertenencia a algún grupo de referencia, aislamiento social, e incluso el suicidio. No hay cirugía estética que pueda curar un daño tan profundo.
Yo me atrevería a decir, que en la actualidad, muchos niños, adolescentes y adultos de diferentes edades tienen, en distintos grados, una distorsión de la imagen corporal, o, como mínimo, una acentuada preocupación por el aspecto físico, así como por la ingesta alimentaria.
Este malestar psicológico va creciendo silenciosamente hasta convertirse en un mal que carcorme la psique y el cuerpo. Comienza con un sentimiento de insatisfacción y preocupación por el soma, y se va asociando con los exigentes estándares (idealizados) de belleza física que invaden las redes sociales y los estereotipos de apariencia y peso corporal reinantes. Entonces sugen los síntomas más frecuentes, sobre todo en los jóvenes, y mucho más en las de sexo femenino (porque son las que mayormente expresan su problemática), que nos advierten de un mayor riesgo para desarrollar una patología, según lo reportado por unos investigadores brasileños (Medscape Medical News, traducción del Medscape Portuguese Edition/ por Daniela Barros, mayo 2023).
Los síntomas son: acentuado temor por ganar peso, idealización de la delgadez, preocupación excesiva con la comida, episodios compulsivos al comer, o uso frecuente de laxantes. Estos jóvenes, además, no habían buscado ayuda profesional (Sthefany Caroline de Souza Santos, Júlia Franco Maciel, Andhressa Araújo Fagundes y Kiriaque Barra Ferreira Barbosa. Brazil, 2020).
En el proceso de construcción de la imagen corporal, el niño y el adolescente reciben un discurso parental o familiar, e incluso por parte de los amigos, en el que también puede haber una exigencia implícita o explícita respecto a esos ideales fisionómicos, y negadores de las diferencias individuales. Y esto se ha convertido en un factor de peso. Hoy en día, esta narrativa se conecta, y se potencia con el discurso colectivo, al alcance de todos por medio de la tecnología globalizante, donde se le da una importancia enorme a la apariencia física. Como afirmaba la psicoanalista Francois Dolto (1986), el lenguaje aporta al niño una vía de aceptación de su cuerpo y por tanto el desarrollo de una imagen corporal sana. Lo que no puede sostener un niño o jóven por sí mismo durante su crecimiento, es un cuerpo físico que es vulnerable y variable, muy variable; junto a una psique constituyendo sus bases; con el peso de la complejidad de la formación de una identidad; y de una personalidad que se desarrolla a medida que ocurren contínuos cambios anatómicos, fenotípicos, hormonales, cognitivos y psicológicos, independientemente del género o el cuestionamiento de éste.
Sin embargo, como lo vemos en muchísimos casos, no hemos sabido acompañar con el verbo, para ayudar a esta nueva generación a psicologizar la incorporación de estas transformaciones, hacerlas propias, hacerlas únicas y cargadas de vida. Si aplicáramos la postura teórica de Francois Dolto para comprender al mal colectivo que disocia el cuerpo de la psique, podríamos decir también que somos responsables (incoscientemente) de que esa población en crecimiento sea víctima de una especie de deshumanización: una comunicación situada en el cuerpo, movida a satisfacer necesidades físicas, despojándonos, y a ellos, de esa relación simbólica y amorosa que implica aceptación de las diferencias:
“la imagen del cuerpo… es propia de cada uno: está ligada al sujeto y a su historia”;
“la imagen del cuerpo es inconsciente …y cuando se asocia al lenguaje…(se hace) consciente… (cuando) se utilizan metáforas y metonimias referidas a la imagen del cuerpo… en el lenguaje verbal.”
“La imagen del cuerpo es la síntesis viva de nuestras experiencias emocionales, interhumanas, repetitivamente vividas a través de las sensaciones erógenas electivas, arcaicas o actuales.”
(F. Dolto, La imagen inconsciente del cuerpo, 1986).
La internalización de los ideales físicos, la necesidad de igualarse a un otro, no ser diferente al grupo de referencia elegido como propio y consustancial, es en parte producto de la suma de exigencias y distorsiones del lenguaje social, familiar y personal en el que estamos atrapados en la sociedad de consumo actual: “La proliferación de lo igual se hace pasar por crecimiento. Pero a partir de un
determinado momento, la producción ya no es productiva, sino destructiva; la información ya no es informativa, sino deformadora; la comunicación ya no es comunicativa, sino meramente acumulativa, dice Byung-Chul Han, filósofo careano-germano. Parafraseando, Han afirma: la expulsión de lo distinto pone en marcha un proceso autodestructivo…, porque cómo podríamos evitar ser distinto al otro, si esa es nuestra esencia: la depresión y la ansiedad son los síntomas más frecuentes ante un anhelo a la igualdad inalcanzable, y por tanto, autolesiva, que se ha llegado a equiparar a la supuesta “normalidad”.Esta tendencia destructiva, la vemos especialmente en este tipo de trastornos en los que se debilita la Imagen corporal.
Desde el punto de vista de la simbología mitológica, estamos viendo a niños, jóvenes y adultos como el mítico Narciso, personaje sufriente, no solo en el instante en que está arrobado al ver su hermosa imagen en el espejo del agua, sino que vemos a muchos ya ahogándose en la búsqueda ilusoria de una imagen que no se corresponde al desarrollo de su unicidad física y psicológica: como si se quisiera borrar la huella familiar y corporal que forma parte de lo más personal e histórico en el individuo. Aunque tampoco se trata de entregarse al determinismo de la genética, ni a la repetición generacional de hábitos inadecuados de vida, sino a superarse (que viene del latín superatio: «acción y efecto de exceder un límite»), integrando conocimientos actuales con el conocimiento individual de sí, desde las propias variables internas. Esto requiere de un proceso, no de resultados automáticos.
“La imagen corporal es la representación del cuerpo que cada persona construye en su mente (Raich, 2000) y la vivencia que tiene del propio cuerpo (Guimón, 1999). Una cosa es la apariencia física y otra distinta la imagen corporal, personas con una apariencia física que se aleja de los cánones de belleza pueden sentirse bien con su imagen corporal y de modo contrario, personas socialmente evaluadas como bellas pueden no sentirse así.(Salaberria, K.; Rodríguez, S.; Cruz, S.: Percepción de la imagen corporal, Osasunaz. Cuadernos de Ciencias de la Salud, 2007)…”
En este punto estoy de acuerdo con esta definición de la imagen corporal. Pero no puedo comulgar absolutamente con que: “ la fealdad, la desfiguración, la deformación congénita, los traumatismos, etc… aumentan el riesgo de problemas psicosociales de las personas que los padecen”… Estaríamos volviendo a poner el foco en el esquema corporal, estableciendo comparaciones con estándares físicos, y no en hacer intervenciones institucionales e individuales para desarrollar en las personas recursos psicológicos, en los que habría que basar la aceptación de las propias diferencias, desde todo punto de vista.
La introspección, el pensamiento, el conocimiento y el autoconocimiento es lo que genera otro estado de consciencia y una verdadera autoestima: más que la felicidad de verse atractivo para todos los otros (yo la llamaría autoestima engañosa), es la aceptación de sí en la totalidad, cualidades y defectos; y entonces estar en capacidad de apreciar la vida, los efluentes emocionales, percibir la belleza subyacente, la realidad itinerante; reconocer la exigencia o negativa del otro, diferenciarse, y estar dispuesto al saber y reconocerse desde el asombro.
Sin estos recursos internos, que ameritan atención, estímulo y un proceso de cultivo, el verdadero riesgo para que se desarrolle una patología sería inminente.