Melany ya no vive en la pequeña Venecia

Entre el kilómetro 4 de El Junquito y La Yaguara hay un trecho muy corto. Ahora es un abismo de imposibilidades.   

Melany es una joven venezolana, era clarinetista. Actualmente tiene 24 años. Tocaba en la sede Metropolitana del Sistema de Orquesta Juvenil e Infantil, en Montalbán. Era integrante de la Orquesta Evencio Castellano.

—¿Por qué te has ido de Venezuela?

—Desde enero del 2018 todo fue empeorando. Salir y volver a mi casa comenzó a ser lo más peligroso que había vivido. En febrero tuve que empezar a usar los camiones que llamaban “perreras” como transporte. Llegaron para aligerar el estancamiento de vehículos y de gente. Pero las personas empezaron a comportarse como animales. El instinto de supervivencia predominaba. No importaba qué condición (mujeres embarazadas, niños), edad o sexo tuvieras, era una lucha por montarse en esos camiones de carga para llegar hasta tu casa. Los hombres jóvenes eran los primeros que lo lograban. Las mujeres, niños y ancianos los veías caminando por las carreteras.

Melany se graduó de bachiller en el año 2016. Desde la Primaria le enseñaron que la creación de carreteras, avenidas y autopistas había traído el progreso al país, y especialmente a la ciudad de Caracas. Para muchos fue la oportunidad de tener un mejor trabajo, comerciar sus productos, y estudiar en colegios y universidades de calidad. Así crecieron los habitantes de la ciudad capitalina y alrededores.

Su familia, de origen italiano, se instaló en la acogedora “ciudad satélite“ de El Junquito, solo con ese fin: prosperar y atajar las oportunidades.

—Me resistía a montarme en “las cochineras”. Habían escuchado que muchos habían tenido accidentes fatales. Una vez vi cómo se cayeron tres mujeres al arrancar el vehículo en una de esas subidas hacia El Junquito. Una de ellas tuvo fracturas, las otras milagrosamente solo raspones.

Cuando lograba tomar el autobús igual era un riesgo: casi siempre iba mal agarrada de la puerta, junto a otras personas. Las curvas de la carretera eran un desafío. Y si podía entrar al pasillo entre los asientos, como estábamos apiñados unos contra otros, algún hombre aprovechaba esa situación para rozarme.

En el Núcleo de Montalbán, Melany había conquistado melodías en calidad de solista dentro de la orquesta. El sonido de su clarinete comenzó a encarnar su esencia: la ternura que esconde su fuerza. Ella está hecha de la musa musical, y de sangre de inmigrantes, que luchan para hacerse una vida.

Después de los tortuosos viajes hasta La Yaguara, comenzó a caminar hasta el Núcleo. El metro también era un caos. Lo hacía con sus compañeros, para correr menos peligro por asaltos y robos. Cuando llegaba a su práctica, todo cambiaba: los miedos y amenazas se difuminaban. La música era protagonista. El ansia por aprender aumentaba. Lo que ya no pudo sostener fue seguir su carrera de Musicología en UNEARTE. La sede que le correspondía estaba ubicada en los predios de los alrededores de la Universidad Simón Bolívar.

Al final del día, de regreso a La Yaguara, se encontraba con las colas cada vez más extensas. Como mínimo ciento cincuenta personas se reunían en la hora pico. Y los que no estaban en las filas se preparaban para correr y tomar por la fuerza los camiones de carga para “los ciudadanos de a pié”.

Cansada de esperar durante horas, Melany tuvo que subirse a los camiones.

De ahí en adelante los días se hicieron más infernales. A empujones lograba alcanzar un pequeño escalón para subirse al vehículo. Como no había de donde asirse, tenía que esperar encontrar una mano que la halara, o reptar por la plataforma inmunda de barro. Una vez adentro debía encontrar un espacio “seguro”. Generalmente era junto a los barrotes del camión, de donde podía sostenerse. Pero eran puestos muy demandados. Los codos que se abrían paso para tomar un lugar, golpeaban sus senos, su rostro, o le propinaban patadas en las piernas.  Muchas veces tropezó. Todos se empujaban. Todos se agredían para salvarse. Y cuando lograba conquistar un recodo, el monstruo mecánico arrancaba para tornar esos instantes en algo peor:

—Los movimientos descontrolados, las subidas y las curvas hacían que nos cayéramos unos sobre otros. Levantarse de allí una y otra vez, muchas veces fue a costa de hacerle daño a otro, herirse, o recurrir a los propios instintos. En muy pocas ocasiones escuché una voz que dijera ¡agárrate de mí! Era una sensación desesperante, muy atemorizante.

El patético escenario se completó, cuando el gobierno convocó a la Guardia Nacional para que pusieran orden frente a la nueva forma de transporte público. Y lo lograron: una  a una las personas se montaban en los camiones, mientras los soldados, riéndose, los animaban: ¡Móntense rápido, así como lo que son, animales, como cochinos, como ganado, móntense!

—Me da mucha tristeza, mucha rabia haber tenido que vivir eso. Sentí mucha impotencia, angustia y desesperación al ver en lo que nos habíamos convertido.

Desde comienzos del año 2018 Caracas dejó de ser una ciudad transitable, vivible, para Melany, y para muchos jóvenes e infinidad de familias.

Melany ahora vive en Mestre, municipio de Venecia. Ha llegado a puerto seguro. Una familia la eligió como Au Pair en su casa. Le ayudaron a llegar allí comprándole el pasaje. Ella ha devuelto esta generosa oferta y solidaridad con creces. Es una excelente cuidadora, una trabajadora insigne y responsable. A partir de su estancia en Mestre ha logrado obtener su ciudadanía italiana, y el pasaporte europeo. Todavía tenía sueños para una vida distinta.

Melany ahora estudia Lengua, literatura y mediación cultural en la universidad, tiene una pareja estable y practica el Powerlifting como deporte: «la música me hace muchísima falta…(pero) estoy tranquila, lo importante ha sido tener un poco de paz mental y un lugar donde llegar y sentirse cómodo y seguro.»

Si utilizara el lenguaje de la música para describir a Melany, diría que es como el Bolero de Ravel. Esta fue una de las últimas piezas musicales que le escuché tocar en la Orquesta:

Su alma es de un ritmo y un tempo invariables, comienza tímida, pero con una melodía obsesiva —un ostinato— en do mayor, que se repite una y otra vez sin modificación, salvo por los efectos orquestales que la adornan en un crescendo que, in extremis, se acaba con una modulación a mi mayor, y una coda estruendosa…Su espíritu es persistente y así serán sus logros.

Melany ya no vive en la pequeña Venecia. Allí, en Venezuela ha dejado lo más valioso que como músico y venezolana también tuvo que sacrificar: la cercanía con su familia y el abandono del instrumento musical.

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